domingo, 29 de marzo de 2009

Escenas románticas literarias X

"La carretera que seguía estaba despejada, y poco más allá se internaba en un valle, por entre cuyas laderas se veía serpentear su blanca cinta. Llevaba recorrida ya casi toda la hondonada y remontaba el declive occidental, cuando, al detenerse para descansar un poco, volvió maquinalmente la cabeza, movido de un raro impulso, como consciente de hallarse bajo el influjo de alguna voluntad extraña. La cinta del camino se estrechaba a sus espaldas hasta perderse de vista y al contemplar Ángel la lejanía reparó en un punto móvil que avanzaba en la blanca vacuidad de la perspectiva.
Era una figura humana que corría. Y Ángel esperó con la vaga sensación de que alguien trataba de alcanzarle.
Era de mujer la figura, pero tan lejos estaba de la mente de Ángel que su mujer pudiera seguirle, que cuando ya la tuvo cerca no pudo reconocerla con aquel traje tan distinto del de otros tiempos. Hasta que al fin, al tenerla junto a él, se cercioró de que era Tess.
—Te vi salir de la estación... momentos antes de llegar yo... y te he venido siguiendo todo el camino.
Estaba tan pálida y jadeante, y le temblaban de tal modo todos sus músculos, que Ángel no le hizo ninguna pregunta, y cogiéndole la mano y poniéndosela bajo el brazo, siguió adelante en su compañía. Con objeto de eludir todo posible encuentro, se apartó de la carretera y tomó por una senda que se internaba en un bosquecillo de abetos. Luego que hubieron penetrado un poco en la susurrante espesura, se detuvo y miró a la joven con aire interrogante:
—¡Ángel! —exclamó ella, anticipándose a sus preguntas—. ¿No sabes por qué he venido corriendo tras de ti? ¡Pues para decirte que le he matado!
Y una amarga sonrisa descolorida asomaba a la faz de Tess.
—¡Cómo! —dijo él, presumiendo por lo insólito de sus maneras que fuera víctima de algún delirio.
—¡Sí, le he matado..., no sé cómo! —prosiguió ella—. Tenía que hacerlo por ti, y por mí también. Una vez que le di en la boca con un guante tuve el presentimiento de que quizá algún día tuviera que hacer con él lo que he hecho hoy, por la trampa que me tendió, aprovechándose de mi poca experiencia y el ultraje que te infirió a ti en mi persona. Él, interponiéndose entre nosotros, labró nuestra ruina, pero yo no he podido hacer más que lo que he hecho. Nunca le quise, Ángel, como te quise a ti. Tú lo sabes bien, ¿verdad? ¿No dudas de ello? Yo me entregué a él desesperada, porque tú no volvías. ¿Por qué te fuiste tan lejos, Ángel? ¡Con lo que yo te quería! ¡No puedo comprender cómo pudiste hacer eso! ¡Aunque no te lo echo en cara, sino que únicamente te pido me perdones la ofensa que te hice, ahora que le he matado! Al correr tras de ti por esta carretera me alentaba el pensar que seguramente me perdonarías, después de lo que acabo de hacer. No me avenía a la idea de perderte para siempre. ¡No puedes figurarte lo desgraciada que era sin tu amor! ¡Esposo mío, dime que me perdonas, ahora que lo he matado!..."


HARDY, Thomas: Tess, la de los d'Urberville (1891)

No hay comentarios:

Publicar un comentario