domingo, 3 de mayo de 2009

Herencia y libertad

Voy a empezar este artículo con una frase bastante famosa del filósofo Ortega y Gasset:
“Yo soy yo más las circunstancias”.

Es decir, el ser humano es un compuesto de su herencia biológica y de su entorno familiar, social y cultural, según Gasset. Lo que nos conforma es lo que llevamos en los genes más lo que nos influye nuestra familia y la sociedad. Vamos a analizar la cosa más detenidamente, porque ha sido objeto de estudio a lo largo de muchos siglos.

Tal vez podríamos contraponer la anterior sentencia con la de Sartre: “El hombre está condenado a ser libre”. En cambio, muchos filósofos deterministas decían todo lo contrario, que uno está determinado por su entorno social y por su herencia biológica, que si mi padre es un alcohólico y mi madre víctima de la violencia de género, yo asumiré su mismo papel cuando tenga su edad y mi suerte no será muy diferente de la suya. No puedo elegir, he nacido en ese ambiente, punto. Asimismo, un chaval hijo de padres ricos heredará su empresa y la gobernará con buena mano, igual que hizo su progenitor en su momento.

Por teorías sobre la libertad y el condicionamiento del ser humano, podemos encontrar cientos a lo largo de la historia, miles. Por lo tanto, lo que yo ahora diga aquí no será, por supuesto, una gran variante ni trascenderá en absoluto. Pero de todos modos una opinión es una opinión, así que la expongo:

Comparto con los deterministas la idea de la imposibilidad de escalar en una clase social, o al menos, de las pocas posibilidades de escalar en cuanto a nivel social. Pero también comparto con Sartre la idea de la libertad del ser humano (ser humano, no se nos olvide; el lenguaje, cuanto menos sexista, mejor). Y sobretodo, estoy de acuerdo con Ortega y Gasset, que podría representar el equilibrio entre ambas opiniones.

Pero, ¿cuál es el que predomina en el ser humano? ¿La determinación social, la herencia biológica, la libertad…? Los humanos, si no fuéramos libres, no seríamos humanos. Pensamos y sentimos, y estas características nos hacen diferentes, respectivamente, de los animales y de las máquinas. Estas dos herramientas nos sirven para ser libres para elaborar nuestras propias decisiones sin tener que depender de los demás.

Claro que, frente a esta libertad, alguien me dirá que no somos “completamente libres”. No, claro que no. La libertad tiene límites, y no pocos. Por ejemplo, yo soy libre para ponerme a bailar como una loca en medio de la calle. Esto no molesta a nadie, más bien se reirán de mí. Pero si mis acciones perjudican a terceros, ahí se acaba mi libertad. Puede que a mí me guste tirar piedras, pero si con ellas le puedo dar a alguien, no podré disponer de esa clase de libertad. O conducir con el coche a una velocidad superior a la permitida. Hay miles de ejemplos, por eso no debemos preocuparnos.

“Sí, sí”, me diréis, “pero aparte de esta limitación, también tenemos la de nuestro entorno: nuestra personalidad viene determinada por la forma en que nos han educado nuestros padres y por los prejuicios de nuestra sociedad”. ¡Correcto! ¡Correcto! ¡Cien veces correcto! Pero, ¿acaso no podemos hacer nada nosotros para luchar contra eso? ¿Tenemos que quedarnos de brazos cruzados ante lo que nos han enseñado y no ir más allá? Ya que tenemos la capacidad de pensar y de ser libres, ¡usémosla! Pienso que la libertad individual está, o tendría que estar, por encima de cualquier sociedad o entorno familiar.

Hace unas semanas, puse en este mismo blog un artículo relacionado con los Derechos Humanos. Muchos países (del Tercer Mundo, sobretodo), se quejaban de que tales derechos no iban de acuerdo con su código ético. Ellos tienen libertad para tener sus propios derechos, ¿por qué tienen que obedecer los mismos que Europa y Norteamérica? El ser países del Primer Mundo o estar más desarrollados no les da ese derecho. Pero claro, todo tiene limitaciones en esta vida: yo respeto totalmente los Derechos Humanos, estoy completamente de acuerdo con ellos, ¿por qué? Pues porque representan la libertad y el respeto por el ser humano. Pienso que ninguna ley es más acertada que ellos. Pero claro, no todo el mundo piensa igual que yo. Uno es libre de pensar diferente. Siempre y cuando su pensamiento no afecte a nadie. Las leyes de muchos de estos países son discriminatorias hacia la mujer, condenan la homosexualidad y la expresión de ideas contrarias a las del gobierno oficial. ¿Esto no es recortar la libertad, acaso?

Hay que constituir un equilibrio. Una ley no puede, o no debería poder, nunca, jamás, recortar las libertades de cada individuo, siempre y cuando éstas no afecten a otras personas. Es tan sencillo como esto. De hecho, si tod@s cumpliéramos con esto, si no hiciéramos nada en perjuicio de otras personas, las leyes no serían necesarias. Ni los policías. Ni las multas, ni ninguna clase de sanción. ¿Por qué nos empeñamos entonces en hacer cosas que perjudican a otros? ¿Es la maldad innata en nosotr@s? Si es así, ¡entonces luchemos contra ella! Puede que hayamos nacido con ella, pero gracias a nuestra inteligencia y a nuestra libertad de pensamiento, podremos combatirla. Tal vez mi instinto quiere pegar a alguien, pero mi inteligencia me dice que no debo hacerlo. Y la inteligencia, pienso yo, debe estar por encima de los instintos.

En resumen: LIBERTAD PARA TOD@S, MIENTRAS NO DAÑEMOS A TERCER@S.

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