miércoles, 13 de mayo de 2009

La Caperucita Roja

De la colección de Historias políticamente correctas para antes de ir a dormir, de James Finn Garner:

“Había una vez una persona joven llamada Capucha Roja, que vivía con su madre en la punta de un gran bosque. Un día su madre le pidió que trajera una cesta de fruta fresca y agua mineral a la casa de su abuela, no porque esto fuera trabajo de mujeres, perdonadme, sino porque la acción era generosa y ayudaba a engendrar un sentimiento de comunidad. Además, la abuela no estaba enferma, sino que estaba en perfecta forma física y psicológica, y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como una adulta madura.

Entonces, Capucha Roja se marchó con su cesta al bosque. Mucha gente creía que el bosque era un lugar peligroso y nunca pasaba por allí. Capucha Roja, sin embargo, tenía suficiente confianza en su sexualidad aún por nacer que aquella imagen freudiana no la intimidaba.

Por el camino hacia la casa de la abuela, Capucha Roja fue acosada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta. Ella le dijo:

―Algo de comida saludable para mi abuela, que es totalmente capaz de cuidar de sí misma como una adulta madura.

El lobo dijo:

―Ay, pequeña, ya sabes que no es bueno para una niña de tu edad caminar sola por esos bosques.

Capucha Roja le dijo:

―Creo que tu comentario es extremadamente sexista, pero lo voy a ignorar teniendo en cuenta tu estatus tradicional como un marginado de la sociedad, el estrés de la cual ha hecho que tú crearas tu propio, aunque no por eso menos válido, punto de vista. Ahora, si me lo permites, me tengo que ir.

Capucha Roja siguió por el mismo camino. Pero como su estatus de marginado de la sociedad lo había liberado de la adherencia esclavista a lo lineal, al estilo pensamiento de Western, el lobo conocía otro camino más rápido hasta la casa de la abuela. Se fue, entró en la casa y se comió a la abuela, una acción totalmente válida para un carnívoro como él. Luego, insensible a las nociones tradicionales de lo que era masculino o femenino, se puso el camisón de la abuela y se metió en la cama.

Capucha Roja entró en la cabaña y dijo:

―Abuela, te he traído cosas de comer sin grasas y sin sodio para que estés sana en tu rol de matriarca sabia y bien nutrida.

Desde la cama, el lobo dijo, en voz baja:

―Ven aquí, pequeña, que no te veo bien.

Capucha Roja dijo:

―Oh, perdón, había olvidado que tienes la vista de un murciélago. Abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

―Han visto mucho y perdonado mucho también, hija.

―Abuela, qué nariz tan grandes tienes, sólo relativamente, por supuesto, y desde luego, atractivo a su modo.

―Ha olido mucho y perdonado mucho también, hija.

―Abuela, ¡qué dientes más grandes tienes!

El lobo dijo:

―Soy feliz con quién soy y lo que soy.

Y saltó de la cama. Cogió a Capucha Roja con sus garras, en un intento de devorarla. Capucha Roja chilló, no alarmada por la aparente tendencia del lobo a transvestirse, sino por su súbita y salvaje invasión de su espacio personal.

Sus chillidos llegaron a un cortador de leña que pasaba por ahí (o un técnico de la leña, como él prefería que lo llamaran). Cuando entró en la cabaña y vio aquello, trató de intervenir. Pero cuando ya levantaba el hacha, Capucha Roja y el lobo dejaron de pelear.

­―¿Qué te crees que estás haciendo? ―preguntó Capucha Roja.

El cortador de leña parpadeó e intentó responder, pero no le vinieron palabras a la boca.

―¡Entrar aquí como un neandertal, con tu arma por único cerebro! ―exclamó― ¡Sexista! ¡Especista! ¿Cómo te atreves siquiera a insinuar que las mujeres y los lobos no pueden resolver sus problemas sin la ayuda de un hombre?

Al oír el discurso apasionado de Capucha Roja, la abuela salió disparada de la boca del lobo, cogió el hacha del cortador de leña y le cortó la cabeza. Después de este traumático acontecimiento, Capucha Roja, la abuela y el lobo se sintieron más unidos que nunca. Decidieron construir un nuevo hogar basado en el respeto mutuo y la cooperación, y vivieron felices en el bosque para siempre.”

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